martes, 14 de octubre de 2008

Don Antonio

No sé cómo explicar los recuerdos que vienen a mi mente, tal vez porque no sean fáciles de explicar, tal vez porque están plasmados en forma de imágenes, fotos, cosas que no tienen ni un antes ni un después, sólo ese momento grabado como una instantánea y sin secuencias.

Recuerdo salir de mi casa, por ese largo pasillo en el que al final veía una luz, como en las historias de Víctor Sueiro y su túnel con luz al final, pero acá era distinto, era un pasillo de un departamento, el de mi casa, el del fondo, y que al final y sin moverte de la puerta, solo veías la puerta de la calle y una luz que cegaba.

Nunca podías ver claramente quien estaba en la puerta de calle, o quien había tocado el timbre, y encima en mis ojos miopes, todo resultaba aun más complicado.

Recuerdo eso si, al salir, enfrente, apoyado en la pared, la figura de Don Antonio.

Quién no tiene en el barrio, un Don Antonio?

Una vez, hablando con mi amigo me contaba que en su infancia también había un Don Antonio, pero a diferencia del mío, este era un guapo. Un guapo de tango, de los de verdad. Y digo esto, porque mi generación, solo cree que los guapos y el lunfardo, nacieron de alguna letra de un tango.

Pero volviendo al tema, coincidíamos en la solemnidad que acarreaba el saludo a nuestros “Dones Antonios”.

Y si… por sobretodos las cosas, la buena educación.

 - Hola Don Antonio, y darle un beso.

- Chau Don Antonio, y volver a besarlo.

Sin embargo, mi amigo me contaba que su Don Antonio, vivía en el fondo de su casa. Casa chorizo donde se le alquilaba un cuarto a este personaje de su infancia.

Y claro… su Don Antonio, era un Taita hecho y derecho del barrio de Boedo.

Pero no nos desviemos nuevamente y volvamos al mío.

Este era italiano, y recuerdo que era alto y viejo.

También recuerdo que no le entendía mucho lo que hablaba y que mi mamá si le entendía, entonces al volver de hacer las compras, y luego de por supuesto saludarlo, yo me iba separando de a poquito de la conversación, esperando que sucediera algo más interesante que quedarme ahí parada mirándolo, para no perder la educación, obviamente, mientras hablaba sin entenderle. (porque no puedo dejar de recordar la mirada de mi mamá cada vez que daba pasitos hacia el costado… como para irme muy lejos!)

Pero Don Antonio, era cariñoso y siempre me agarraba la cara para saludarme.

Tenía los lentes de marcos negros, ojos con bolsas, una figura extraña y la boca chica.

Vestía siempre o casi siempre para no faltar a la verdad, aunque no lo recuerde, una camiseta musculosa blanca, un pantalón negro y ojotas con medias en invierno y sin ellas en verano, o vaya a saber qué.
Pero recuerdo que su pantalón negro, siempre tenía un cinturón ancho de hebilla plateada, que por asombroso que sea a los ojos de una niña, siempre le cerraba por arriba del ombligo.

No puedo recordar que sea un hombre gordo, pero si, grandote.

Eso mismo me recordaba a las vestimentas de mi tío Mario.

Quien vestía muy similar, aunque con ropa de algún que otro color.

Pantalón gris, celeste, o marrón, pero con su camiseta que a veces dejaba lucir en algún asado o sino dejaba traslucir bajo alguna camisa.

El Tío Mario, ahora que asocio, también era italiano.

Será que los italianos visten así?

Pero por supuesto, tío Mario, era más joven, aunque con el mismo estilo de cuerpo, pero más petiso.

O tal vez tío Mario, que lo sobrevivió a Don Antonio, me resultó menos grande, cuando yo fui creciendo.

Pero y por último, volviendo a Don Antonio, hubo un día que dejé de verlo.

Ese día fue cuando me mudé.

Si bien, volvía al barrio, no era diaria mi salida por el pasillo hacia la luz para verlo, así que de a poco se fue desvaneciendo esa imagen, como tantas imágenes se me fueron yendo de la memoria pasados los años de mi ida del barrio.

Un día, ya más grande, lo volví a ver.

No podía creerlo! Don Antonio estaba viejo, y como antes dije, si bien para mí siempre fue viejo, esta vez mi impacto fue mayor.

Estaba muy viejo. Más bajo, arrugadísimo y casi sin hablar.

Me apenó inmensamente verlo así, prefería recordarlo en mi niñez, y que siga con esa vejez que yo ya conocía, no con esta nueva.

Será que había sido desde joven como viejo y que la vejez verdadera lo encontró y se lo llevó de un arrebato?

Un día me enteré que se había muerto.

Como tantas muertes que viví de chiquita.

Cuando comentaba en el colegio que había ido a un velorio, mis compañeros estaban asombrados.

No podían creer que tuviera “tíos” que se mueran.

Un día le pregunté a mi mamá por qué se morían en mi familia y en la familia de mis amigos, no. Ella me explicó claramente que nuestra familia, era una familia de gente grande.

Donde mis abuelos, tenían hermanos grandes y que mi papá también grande, tenía a su vez, hermanos más grandes.

Claro, empecé a sacar cálculos y di por válida su respuesta.

 Yo era la menor de toda mi familia.

Yo, si… la menor de todas.

No hay comentarios: